viernes, 6 de junio de 2008

He de buscar un calcetín
donde esconderme,
uno pequeño de monja
que colocar junto a la almohada
para poder hacerlo rápido,
antes del tiempo que se precisa
para ingerir un grano de arroz
o subirse a una bicicleta.

Si no encuentro un calcetín que me resulte útil,
habré de encontrar otro instrumento,
mirar en todas las cajas de herramientas
o en cada uno de los talleres
de los que tengo constancia,
quizás me sirvan los goznes de un armario
o el filo de una aguja,
los colocaré en la cocina, sobre la encimera
o sobre el alfeizar de la ventana,
así podré esconderme rápido,
en menos tiempo del que se tarda
en pronunciar “hipopótamo”,
pintar una estrella con azulejos
o conseguir que un elefante
abreve en el exterior de una ferretería.

Ahora bien,
puede que no sea suficiente,
quizás necesite esconderme contigo
y entonces sí que de nada nos van a servir
los goznes del armario,
el calcetín de monja
o el rostro fino de una aguja,
necesitaremos algo mayor,
imponente, superlativo,
así podremos escondernos
y que no nos vea nadie...

...ni las facturas,
ni los perros,
ni su necedad,
ni los automóviles,
ni los helicópteros.

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