martes, 30 de septiembre de 2008

Nací para piel roja en un páramo,
aquí los búfalos se adquieren
en las grandes superficies,
el único nomadismo permitido consiste
en frecuentar el refrigerador
y las niñas se ponen el cabello
del color de los trigales.

Así que creo que, sin decidirme del todo,
decidí volverme loco:
enamorarme de lo que apenas se aprecia,
permitirme un desliz con la lluvia,
comprometerme con la ternura,
pero como en un susurro,
sin que nadie se percate,
sin que se den cuenta.

lunes, 29 de septiembre de 2008

En esta madrugada aciaga
tampoco ando buscando compañera,
me extralimito en encontrar a quien recueste
sobre mí su arquitectura humilde,
comparta mi asombro
por la esperanza, el fuego y las estrellas
o dormite en mi regazo
con su desnudez sencilla de mujer de adobe,
comunicándome qué beso,
qué caricia, que contratiempo
es exclusivo patrimonio de nosotros,
de nuestras respectivas tristezas
y respectivos escombros.

En esta nocturnidad sin consuelo
me resultan inútiles los párpados,
el edredón y la almohada
o las píldoras para conciliar el sueño,
estúpidas las palabras,
la tinta del bolígrafo o la cerradura de la puerta,
flagrantes las preguntas,
las reflexiones y sus respuestas,
no ando buscando una compañera...
...aunque me gustaría.
Llevo conmigo siempre la esperanza de ver amanecer,
un libro a medio terminar,
una camiseta que, de harapienta, ya ni huele
y la extraña sensación
de que algo más de lo que asume mi vieja
tuvieron que ver ella y el cierzo.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Anoche te escribí esto,
no es mucho,
estuve cansado casi toda la tarde,
luego pensé que iba a caer,
tal vez definitivamente,
y preferí recordarnos a andar
capturando estrellas de madrugada,
a pesar de que tenía un nuevo cazaestrellas
recién adquirido en un comercio del sector.

No es demasiado lo que necesitaba decirte,
además mi torpeza me agarrota las sienes
y provoca espasmos irreductibles
en mi bolígrafo ”para todos los públicos”.

Tan sólo que estuve bien
como no lo había estado
hace tiempo.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Busqué inagotable
en qué rincón poder depositar mi patria,
en qué lugar ella estará a resguardo del invierno,
podrá superar la nieve y los escombros.

Y encontré aquellas manos de barro,
con melancolía, ingrávidas
para los ríos de mi desconcierto,
la cordillera con que sueñan mis pasos
o la altiplanicie en que dormito
cada madrugada.

Quizás allá pueda caber mi país irredento,
murmurante e indómito;
en esas manos,
en su orden sencillo,
en su rumor de primavera
que irrumpe furtivamente
en mitad de la noche.
Cautivo de la penumbra como un perro,
cautivo y sin herramientas
con que defenderme,
desprotegido en exceso, frágil, vulnerable,
escucho la ropa secarse sujeta a los tendedores,
las cucarachas fornicando tras las paredes
y la electricidad acudiendo a donde la luz
se sostiene del filamento incandescente
de una bombilla.
Está bien esto del dolor,
te hace mejor persona,
abre tu cuerpo a las inclemencias
del parte meteorológico
y hace que desees la lluvia
como una forma económica
de liberarse de impurezas.
Lo que quiero decir,
no sé cómo hacerlo,
se me arruga la lengua,
trastabilla la laringe
y las cuerdas vocales
olvidan como emitir
el más simple de los sonidos.

Supongo será la timidez,
la imperiosa necesidad de agradar,
mi mentalidad de campesino humilde
todavía agarrotándome los sentidos,
como cuando niño,
el primer día de colegio.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Abuela,
qué dura tu vida en la fábrica,
qué dura tu vida en los campos,
qué dura tu vida en la casa,
cuánto esfuerzo en el trabajo,
cuánto trabajar sin recompensa.

Ahora las personas desconocen,
creen que todo es así por nada:
qué poco conocen el dolor del hambre,
qué poco conocen el dolor del trabajo,
qué poco conocen el dolor de tu vida,
pero yo si sé,
me han deslumbrado las mismas cosas,
los mismos escaparates,
las mismas pantallas de los mismos televisores
y luego aprendí el precio de un pedazo de pan,
el coste de dormir bajo un techo
y que nadie se enriquece si no roba.
Abuela Jacinta,
qué sencillo tu nombre en el cuaderno,
que simple tu estructura de mujer sencilla sobre la Tierra,
allí en tu casa con flanes y con legumbres
siempre tuve un lugar que llamar hogar,
en que sentirme como en casa,
en donde el tiempo no tuvo jamás otro nombre,
y de allá tú viniste hecha ciscos,
con las arterias desplomadas,
en la casa donde habito quedó una llamada telefónica sin respuesta,
apenas tuve la noción suficiente para alcanzar las llaves
y salir pedaleando hacia donde tu estabas.

Abuela Jacinta,
dime qué soy si no me esperas al final de tu calle,
si no me aguardas con tu arquitectura nítida,
pequeña y campesina, como de cuento;
quién habrá de preguntarme por mi nuevo automóvil,
si conseguí un mejor salario,
decidí comprarme un traje y un juego de corbatas
o convencerme de que deje los libros,
que no es nada saludable,
ni lo ha sido nunca,
estudiar tanto.