jueves, 4 de septiembre de 2008

Abuela Jacinta,
qué sencillo tu nombre en el cuaderno,
que simple tu estructura de mujer sencilla sobre la Tierra,
allí en tu casa con flanes y con legumbres
siempre tuve un lugar que llamar hogar,
en que sentirme como en casa,
en donde el tiempo no tuvo jamás otro nombre,
y de allá tú viniste hecha ciscos,
con las arterias desplomadas,
en la casa donde habito quedó una llamada telefónica sin respuesta,
apenas tuve la noción suficiente para alcanzar las llaves
y salir pedaleando hacia donde tu estabas.

Abuela Jacinta,
dime qué soy si no me esperas al final de tu calle,
si no me aguardas con tu arquitectura nítida,
pequeña y campesina, como de cuento;
quién habrá de preguntarme por mi nuevo automóvil,
si conseguí un mejor salario,
decidí comprarme un traje y un juego de corbatas
o convencerme de que deje los libros,
que no es nada saludable,
ni lo ha sido nunca,
estudiar tanto.

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