jueves, 3 de abril de 2008

Arte poética

De esta casa en ruinas, de esta vivienda triste,
de este palio con estancias y mobiliario en el que residen
la climatología adversa, la precisa necesidad de los abrigos,
el viento, el agua junto a los calefactores, la nieve,
y la sombra húmeda de las gabardinas detenidas frente a los semáforos,
y el chasquido único cuando los paraguas son abiertos en los recibidores,
y toda la lana que alcance a cubrir el somier de los gatos sin número
que cruzan de un extremo al otro en columnas de a dos y en fondo,
de este habitáculo, de este ronronear de puertas que no cierran correctamente,
de su rostro irreverente,
de su racimo efímero,
de su doliente zócalo,
de sus esquinas en donde hilan su manto fantástico los arácnidos
vienen a veces unos lamentos que no parecen propios,
más hirientes, de un deterioro sin tregua, terriblemente oscuros,
un negro galope que cruza los pasillos y los retretes,
una ceremonia a la que acuden las leguminosas y las cenizas
y en torno a mi deseo los inapreciables ocupantes sin espacio,
los utensilios mordisqueados por los perros y las ratas,
cada uno de los sucios recovecos hacia donde acuden las lágrimas del polvo.

Son entonces de mi pertenencia los vestigios raídos
de quién acude a las peluquerías en camisa,
el cabello que expelen las calvicies,
de todas las puertas sus cancelas mal cerradas,
los jergones desvencijados, quejumbrosos, estridentes,
las chimeneas frías, grises, orilladas de ceniza
y la madera que ardió sobre los buques últimos,
todos y cada uno de los inservibles muelles, sus espirales rígidas,
inútiles artilugios, todos, todos sin procedencia, sin origen,
en mi errante alocución de sombrero con agujeros
para mí los exijo desesperadamente, rasgando mi colosal,
elevada estructura consumida con fatales dedos por una llama insomne.

Como un edificio en el derribo arde mi corazón de estima por quien no luce,
por la madera, los ladrillos sobre las aceras, las corbatas,
no es sino una fortaleza mi espíritu en la que querría los dientes podridos hallaran alivio,
un sencillo soportal frente al que quedaran vacíos los quirófanos,
porque pueden solicitarme ciertas palabras los rumiantes,
y los huéspedes de mi dormitorio pueden dormir aún en las estanterías,
y beberse mi cerveza oceánica con la sed de los recién recuperados en los desiertos,
y acudir a mi cocina sin aceite y sal, sin delantales,y dormitar bajo mi manta y mis emociones para evitar la agonía del cautiverio.

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