jueves, 29 de abril de 2010

Cuando los días dejen de tener un número de horas infinito,
los pantalones con los que ando dejen de arguellarse
y de desaparecerse las suelas de mis botas sucias
al rozar de su estrépito con el pavimento insistente,
espero que me quedé memoria todavía para acordarme
de la forma en que yo reía cuando aún reía.

El problema de la tristeza es que contribuye con fidelidad
a que vayas olvidándote con lentitud de cómo era la alegría.
El problema de la tristeza es que es un pesado gabán
del que nunca sabe uno muy bien como desprenderse.

El problema de la tristeza, quizá termine siendo la tristeza.

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