jueves, 4 de septiembre de 2008

Abuela,
qué dura tu vida en la fábrica,
qué dura tu vida en los campos,
qué dura tu vida en la casa,
cuánto esfuerzo en el trabajo,
cuánto trabajar sin recompensa.

Ahora las personas desconocen,
creen que todo es así por nada:
qué poco conocen el dolor del hambre,
qué poco conocen el dolor del trabajo,
qué poco conocen el dolor de tu vida,
pero yo si sé,
me han deslumbrado las mismas cosas,
los mismos escaparates,
las mismas pantallas de los mismos televisores
y luego aprendí el precio de un pedazo de pan,
el coste de dormir bajo un techo
y que nadie se enriquece si no roba.
Abuela Jacinta,
qué sencillo tu nombre en el cuaderno,
que simple tu estructura de mujer sencilla sobre la Tierra,
allí en tu casa con flanes y con legumbres
siempre tuve un lugar que llamar hogar,
en que sentirme como en casa,
en donde el tiempo no tuvo jamás otro nombre,
y de allá tú viniste hecha ciscos,
con las arterias desplomadas,
en la casa donde habito quedó una llamada telefónica sin respuesta,
apenas tuve la noción suficiente para alcanzar las llaves
y salir pedaleando hacia donde tu estabas.

Abuela Jacinta,
dime qué soy si no me esperas al final de tu calle,
si no me aguardas con tu arquitectura nítida,
pequeña y campesina, como de cuento;
quién habrá de preguntarme por mi nuevo automóvil,
si conseguí un mejor salario,
decidí comprarme un traje y un juego de corbatas
o convencerme de que deje los libros,
que no es nada saludable,
ni lo ha sido nunca,
estudiar tanto.

martes, 26 de agosto de 2008

No me dejéis caer de nuevo,
soy un tiburón sin fortuna,
robaron mi arrecife,
lo dejé olvidado en algún aeropuerto
y cuando regresé a por él ya no estaba,
ese tipo lo metió en su bolsa,
seguro se lo ofreció a los otros
y a mi me dejó sin nada,
soy un tiburón sin suerte,
si pienso en él me detengo,
si me detengo me hundo,
si me hundo me muero,
pero no quiero hundirme,
no esta vez,
esta vez no quiero,
no me dejéis caer,
no en la ensenada,
tampoco en la fosa,
siquiera en el viento,
soy un escualo sin fortuna,
si me detengo no respiro
si no respiro, me muero.

martes, 12 de agosto de 2008

Dos y dos no son cuatro,
a veces son cinco
y otras no llegan ni a media pieza de fruta,
así son las cosas,
a las calculadoras deberían fusilarlas,
no hacen sino crear problemas,
prefiero que operen los filólogos,
al menos ellos saben expresarse,
no como los ingenieros o los matemáticos,
por no mentar a los economistas,
todos esos son idiotas,
no saben más que afirmar con rotundidad
que dos y dos son cuatro,
sí claro!...
y dos por tres son seis,
así funcionan las cosas,
ellos afirman y todos asienten,
dudo que sea posible multiplicar el fulgor de una estrella
por su densidad en el corazón de las personas,
pero de eso no dicen nada,
a las estrellas también les colocan un número,
un modo de ofrecer su estructura en el mercado,
una manera de limitar su arquitectura,
aquí presento un renuncio
y me vuelvo a mi madriguera,
seguro que allí podré pensar en cómo operar de un modo correcto
dejando al margen las estrellas,
la respiración de cada especie vegetal
y todo lo que reside en el corazón de las personas.

lunes, 11 de agosto de 2008

“...si no viene la montaña, anda a buscarla”

Víctor Jara


No viene ni en sus autos de color brillante allá en el fondo,
en sus monturas con cabellos
de los que sujetarse y soportarse tampoco se aproxima,
en sus bicicletas marchando de a dos en dos y de a tres en tres,
en sus zapatos con polainas sucias y desgarbadas por el polvo,
en sus vehículos grandes como paquidermos
alimentándose de las acacias no ha subido
ni guardó siquiera espera por un instante
ni preguntó qué línea, qué parada , qué cuadra,
no ha tomado una fotografía chiquita con que significar sus documentos,
el pasaporte en un cajón es devorado por los insectos,
el carné quedó del lado de la encimera,
de donde se obtienen los platos de loza
para alimentarse con educación,
en donde las soperas se secan de su baño
frecuentado tras las comidas.

No viene la montaña, no viene, no viene...
ni se acerca, se mantiene invicta en su lugar,
lejos, en la distancia, inquebrantable,
nada corrompe su fortaleza de piedra,
su lugar inexpugnable no lo afecta nada
y ningún objeto atraviesa su coraza inconquistable;
la montaña no viene, ni siquiera se acerca,
permanece en su lugar único, en su mismo territorio,
es inútil la pertinaz acometida de mil húsares locos,
inútil mil enfurecidos jinetes de la luz golpeando su raciocinio,
inútil el sudor y la sangre vertidos sobre el piso,
aciagos sobre el piso,
obscenos sobre el piso.

Caminamos a su encuentro,
andamos tercos y audaces,
proseguimos el camino, un itinerario concreto, una senda determinada,
ella no viene, no es preciso, nosotros llegaremos a sus laderas,
dormiremos acurrucados bajo sus arbustos,
saciaremos nuestra sed en sus arroyos indomables,
y el hambre de nuestros cuerpos de sus árboles magníficos,
la montaña no viene,
nosotros andamos a buscarla.

miércoles, 23 de julio de 2008

La misma tenue luz, ciertamente temprana y tímida
que me hizo del viento y la tristeza,
que apenas circula para no retorcer las almohadas
y sonsacar confidencias a los edredones,
silenciosa como un desplazamiento de aire,
como una brizna de hierba jugando a los dados,
como enormes bueyes del lado de acá y con cansancio,
alumbró está huella ingrávida, estos siete arados pequeños,
esta arquitectura leve con la serenidad de un pincel
y depositó tu cuerpo cálido frente a mis ojos exhaustos
para que, con la ternura de una hoja que se adelgaza
entre dos páramos húmedos para no empaparse en la distancia,
yo quisiera deslizarme por tus labios
como un inapreciable sorbo de cerveza.

martes, 1 de julio de 2008

Temprano estoy ya triste, con mi expresión de gabardina y de paraguas,
invadido, acechado, desprotegido,
los libros desde los estantes se me arrojan contra el alma,
me provocan en el corazón profundas lesiones,
su comportamiento es el de las criaturas y las hojas,
sus discursos son estruendos irremplazables,
y percibo como en sus entrañas gritan las gargantas y las emociones,
zumban hasta mis ganglios y mis tuétanos,
son el rubor, la exhalación, el pálpito
de una multitud hace tiempo en silencio
que me arrebata y me descarna y me rompe,
labios de mis labios en la reflexión y la desgracia,
piel de mi piel enrojecida,
murmullo de mi murmullo que aletea salones y papeles,
así me acosan sus garras duras, verticales,
como nocturnos felinos temibles,
como criaturas carroñeras y hambrientas,
como aquellos juguetes dormidos en los baúles,
y no hay peatones, ni tahonas en la tarea, ni automóviles,
y casi no hay calles, y casi no hay fábricas a las que acudir,
y casi no se escuchan los besos junto a las almohadas,
temprano estoy, estoy ya triste, ya ensombrecido,
con los síntomas de la lluvia en las mejillas,
con las hormigas de la lluvia mordisqueándome las mejillas,
con la soga de la lluvia en la garganta,
con la sangre de la lluvia en el estómago,
y todo es confuso, y parecen estas gotas mi contienda,
y yo parezco su guerrero enfebrecido, impetuoso y delirante.